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  LA SOLEDAD CREADORA
 
LA SOLEDAD CREADORA
 
Es importante destacar, además, que con Pedro Páramo la tarea crítica resulta sumamente difícil porque cumple ampliamente con la condición de ambigüedad exigible a una buena novela. Se encuentran implícitas todas las posibilidades y aunque los elementos que presenta son "reales", de las múltiples relaciones que surgen entre ellos se gene­ran variadas interpretaciones. Pensamos que lo importante no es deter­minar cuál es la que debe prevalecer, sino realizar la difícil síntesis de la integración de todas. Aunque cada una de ellas responde a un modo de ser lo "real", la comprensión de la totalidad sólo se obtendrá cuando las ubiquemos en la zona que les corresponde y después de una tarea de jerarquización de los niveles de análisis.
Si como críticos asumiéramos un enfoque psicoanalítico y nos detuviéramos en el viaje del hijo -el héroe- la totalización no se lograría. Si, en cambio, tomáramos los símbolos tanto poéticos como míticos y los consideráramos exhaustivamente, pero en forma aislada, tampoco refle­jarían todos los modos de ser, ya que su sentido también depende de la totalidad. Se trata de eso y de mucho más.
La ambigüedad por la que se desplaza la obra corresponde al tema central: relación vida-muerte que no admite precisión, y también a los recursos que lo manifiestan, pero fundamentalmente a la superposición sincrónica de tantos niveles y planos cuantos corresponden a las maneras de ser del hombre en el mundo -situación histórica personal, social y todo tipo de contextos. Intentar abarcarlos de una vez y por completo, es tarea imposible. La ambigüedad de esta obra es recurso, pero tam­bién necesidad de mostrar un estadio de la realidad. En el único punto en que se enlazan todos los niveles es en el Centro"-nudo del relato, Cen­tro del mundo, retorno de la madre, etc.-, es allí donde se produce la con­densación de todas las significaciones y el cambio de estado ontológico.
 
Uno de los méritos más destacables de esta obra es la coherencia que posee dentro de ese caos que lo rige todo y que permite, sin embargo, establecer aún en los más diversos niveles, una evidente homología en la estructuración.
Hay en todos ellos un núcleo, que es la culminación de una gradación o proceso y del cual dependen todos los demás elementos. Ello genera necesariamente un movimiento de convergencia hacia ese nudo. Simultáneamente se originan múltiples relaciones entre las partes que provocan el desplazamiento y a la vez la intensificación. Por lo tanto, dos movimientos crean el ritmo de la novela: uno de convergencia al núcleo y otro de desenvolvimiento y de profundización, cualquiera que sea el nivel de análisis que estemos transitando. Cuando es posible captar esa estructuración, que inmediatamente se dinamiza, todo se comprende. Sin embargo, es cierto que tal constata­ción no surge sino después de haber recorrido múltiples aspectos y relaciones. Si bien es posible que en algún momento hayamos atisbado esa imagen de totalidad, sólo cuando "entendemos" la visión instantánea de tantos modos de ser superpuestos, nos tranquilizamos.
 
Ya desde el comienzo de la obra nos encontramos incorporados a un doble desenvolvimiento. Rulfo nos ubica temáticamente en el último momento -o tal vez en el posterior a él- de la muerte, donde todas las probabilidades y opciones coexisten en la ambigüedad difusa y momen­tánea de esa zona de transición. No obstante, tanto por el lenguaje como por la historia somos reconducidos al origen.
 
En el lenguaje llegamos a los primeros estadios de la simbolización y ello se logra mediante las rupturas en el código general, por la presencia de dos isotopías en relación disyuntiva, mediante el desajuste entre la significación y la sintaxis, a través del valor contextual que adquiere como lenguaje poético, o por el acercamiento que se logra en otros casos, de la lengua al habla. Sin embargo, creemos que el mayor mérito con­siste en la permanente interrelación entre los dos tipos de símbolos utilizados, los cuales se encuentran ubicados en planos distintos: símbolo poético -en las interpolaciones-; símbolo mítico -en la historia-. Uno por el significante, otro por el significado, ambos nos reconducen al origen del tiempo. La preocupación por la elaboración del lenguaje es notable y la caotización de sus elementos también deja traslucir la desubicación del hombre ante el momento de la ruptura máxima con el mundo: la muerte. Nuevamente la conjunción de origen y muerte.
 
También en la historia somos trasladados hasta la etapa primera -la infancia individual y la colectiva- en un retroceso doble. Es la necesi­dad de revivir por el recuerdo todo el pasado, para poder iniciar otra etapa nueva, que sólo conocemos a "través del cambio de estado ontológico de Juan  Preciado. La muerte podría ser entendida entonces como el fin de ese estado y el comienzo de otro. Sin embargo, a nosotros no nos interesa especular acerca de en qué momento de la vida o de la muerte se hallan ubicados.
Aceptamos la .existencia de una zona intermedia, en la cual lo que es, es absolutamente otro. Tal vez, el valor fundamental de esta obra es la de haber elevado un proceso humano y perfectamente singularizado a la categoría de lo universal. Cada uno de los personajes goza de esa condición. Juan Preciado configura la penetración individual en la búsqueda del Centro -tanto interior como exterior- por medio de un largo camino de purificación que permitirá la salvación siempre que entendamos por tal, la posibilidad de cambiar.
 
Esa probabilidad será factible siempre que Abundio cumpla previa­mente con la ceremonia ritual de dar muerte a su padre. Un hijo lo mata, el otro acude en su búsqueda. Abundio se transforma así en el vengador de Comala. No es él quien lo decide, sino el pueblo, pero necesariamente deberá ejecutar el rito que permitirá la llegada de Juan Preciado. Esta ruptura fundamental de la estructura básica, según la cual la segunda parte debería ser la primera y ésta la segunda, se verá reflejada también en los otros niveles de análisis.
 
Pedro Páramo es quien somete a Comala, es por ello que su muerte tendrá doble valor: una será la individual, según la cual adquirirá la forma estéril del polvo y la piedra, y la otra -colectiva- por la que pagará con su sangre el tributo que todo el pueblo reclama, luego de tantos años de sojuzgamiento.
 
En Susana San Juan encontraremos el otro proceso de penetración individual al Centro, pero su muerte alcanzará también lo colectivo cuando se transforme en la Fiesta mítica, en el tiempo-espacio de la renovación de las energías. Su purificación se logra, no obstante, mediante una evolución totalmente distinta a la de Juan Preciado. Aun­que está "viva", voluntariamente se sumerge en la muerte, ya, que ése es el valor que adquiere su ruptura con la realidad. 
 
Tanto Juan Preciado como Susana San Juan alcanzan el Centro, pero los caminos por los que han accedido a él son distintos. Sin embargo, en los dos casos, para que efectivamente se produzca el rito de pasaje es  necesario que se efectúe una inversión con respecto de la "realidad": del espacio, en uno; de las categorías, en la otra. Sólo después de un minu­cioso análisis y de una globalización en la interpretación es posible que comprendamos qué significa: el arriba es abajo: la locura, realidad.
 
Pedro Páramo constituye, sin ninguna duda, una de las obras más importantes de la literatura latinoamericana porque en ella Juan Rulfo logra plasmar la universalidad de una problemática fundamental: qué es el hombre. Esa búsqueda del hombre lo lleva a transitar las sendas más difíciles con la finalidad implícita de encontrar un lugar en el cual ser.Comprendemos, entonces, por la obra literaria y más allá de ella, que existe una intencionalidad  el hallazgo de un espacio coincidente dentro y fuera de nosotros para poder ser    y el encuentro con la palabra revalorizada por la nueva función nominadora de una realidad que es la misma, pero que ha pasado a ser cualitativamente  distinta.
 
 
Para lograrlo, el autor efectúa una denuncia de la totalidad de la realidad, conjura los fantasmas e incorpora también la "irreaIidad".Es por eso que la muerte --zona de ruptura- es el tiempo-espacio indispensable, ya que sólo en él todas las realidades y las irrealidades pueden coexistir. Somos reconducidos al caos: por el tema -ambigüedad difusa de la vida-muerte-, por la presencia del sueño y el ensueño, por el margen mínimo de distancia entre la locura y la realidad, por las sepa­raciones del código.
 
Todo nos incluye en una zona intermedia. Somos espectadores de esa nueva constitución del mundo que tendrá que surgir del desorden, pero esa movilización de las últimas y las primeras imágenes generará simultáneamente un proceso homólogo: el desplazamiento de nuestras propias imágenes.
 
Ello constituye una trampa para quienes --Iectores y críticos- crean fácilmente que todo se reduce a un enfrentamiento mágico o fantástico con la realidad. De esa manera se pueden acallar rápidamente todos los interrogantes, pero solamente si el hombre es capaz de aceptar todos sus fantasmas podrá pasar a otro estado. Deberá incorporarlos a la realidad -a otro plano de eIla- tal como es capaz de hacerlo con los sueños, pero no podrá negarles existencia.
 
Juan Rulfo tiene el valor de incluir todos sus fantasmas y al realizarlo nos obliga a un cuestionamiento profundo y a una redefinición de nuestro propio concepto de lo “real”. ¿Es posible exigirle un mérito mayor a la obra de arte?
 
 
 
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