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  LA NOVELA MEXICANA
 
LA NOVELA MEXICANA CONTEMPORÁNEA EN JUICIOS SUMARIOS I DE ROSARIO CASTELLANOS
 
 
 
Los lectores de Yáñez hicieron a un lado esta honrada lucidez para señalar las causas de la Revolución y reconocer sus metas, por embelesarse en los primores, y complicaciones del estilo, en la feliz aclimatación de técnicas europeas y norteamericanas que permitían abarcar muchos personajes y acciones diferentes, de un modo contrapuntístico, y pe­netrar en los más recónditos procesos de la intimidad, por medio del monólogo interior. Esto cuaja en la novela, única hasta hoy, de Juan Rulfo, que todos los críticos saludaron, desde el momento de su aparición, como una obra maestra y que ha sido traducida a varios idiomas: Pedro Páramo.
Es curioso leer lo que dicen de ella sus comentaristas de lengua alemana. Mariana Frenk, su traductora, hizo una recopilación de estas apreciaciones en el número 2, corres­pondiente a los meses de abril a junio de 1959, de la Revis­ta Mexicana de Literatura. En el Nationalzeitung, de Basilea, se afirma que la novela tiende hacia lo suprarreal.
"En esta obra los límites del tiempo y de la realidad se desplazan en forma aún más juguetona que en la de Wright Mo­rris. El concepto del pecado, que desempeña un papel do­minante en esta novela católica, no lo trata Rulfo en forma didáctica y moralizante; lo plasma con fuerza poética y a menudo fascinantemente." "De pronto estamos ante un sím­bolo conmovedor: el mundo como purgatorio. Culpa y pe­cado; la fe, el amor y la redención aquí han dejado de ser conceptos teológicos, son realidad, miseria y nostalgia de la vida. Evidentemente el mexicano, más ingenuo y a la vez conmovido que el hombre occidental, todavía puede plantear y formular valerosamente, en su literatura, en sus artes plásticas y quién sabe si en su vida, los problemas fundamen­tales de la existencia.  Son problemas religiosos " (Deutsche Zeitung, Stuttgart.)
La objeción que le hacen es que "lo que es sencillo, en el sentido más alto de la palabra, se pre­senta como innecesariamente complicado. Las rupturas de la narración cronológica, los constantes cambios de punto de vista desde el cual se narra y de los personajes narradores, sólo se justifican en caso de que la verdad no pueda manifestarse sino en la variedad de los aspectos. Pero esto no sucede aquí". (Frankfurter Allgemeine Zeitung, Francfort sobre el Main.)
Pero no es la única objeción que puede hacérsele a Pedro Páramo, ese "rencor vivo", como lo define otro de los protagonistas. Páramo, sin escrúpulos de ninguna clase, va con­virtiéndose en el dueño de vidas y haciendas de una región de Jalisco. Viola por igual a las leyes y a las mujeres, despoja, mata, soborna, es, en suma, una fuerza desatada y ciega. Pero su acción no topa con ninguna resistencia de parte de las víctimas. Páramo deja que languidezca de ham­bre el pueblo que depende económicamente de él y su actitud no suscita la más leve protesta. Algunos de los habitan­tes de ese pueblo emigran, otros agonizan.
Ni siquiera el sacerdote se atreve a condenarlo moralmente. Pedro Pára­mo está al margen de toda calificación y de todo acontecimiento. Alrededor suyo se suceden los episodios revolucionarios, la guerra cristera. Pedro sabe aprovecharse de cada circunstancia y sacar ventajas para sí mismo. Nadie lo agre­de ni en su persona ni en sus propiedades, nadie se aprovecha de la confusión para vengarse impunemente de algún agravio o para dar rienda suelta a su codicia. Pedro Páramo es un mito, una especie de tabú, intocable para los humanos. Muere, como quería Rilke, de su propia muerte, de una debilidad interna: su amor por Susana San Juan.
Y el pueblo muere con él. Juan Rulfo, "el autor que hace hablar a los muertos y callar a los vivos", pensaba originalmente llamar a su novela Los murmullos, porque nada más que ecos apagados y procesiones de fantasmas es lo que Pedro Páramo dejó después de haber tenido en sus manos y bajo su voluntad arbitraria y omnipotente al pueblo de Comala.
Se nos dirá que estas objeciones no son lícitas cuando se trata de una novela que no pretende ser una imagen real sino onírica de un personaje, de un lugar, de un momento, Pero lo que Rulfo narra no es un sueño sino un entreveramiento de historias. Y aunque estén dichas por boca de difuntos, los sucedidos fueron reales alguna vez. La distancia, la evocación, no los despojan de este carácter.
Aunque no se haga la menor alusión ni la menor crítica al movimiento revolucionario ni a los gobiernos e institucio­nes emanadas de él, en Pedro Páramo tenemos el testimonio extremo del fracaso.
 
 
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